La segunda noche del viaje: Savannah, Georgia. La primera escala que nos propusimos saliendo de Orlando fue en Daytona Beach, un centro turístico playero bastante básico, pero que tiene muchísimos hoteles y moteles pegados a la playa, que no es demasiado ancha. Difícil imaginarse cómo será este lugar en vacaciones, con esas habitaciones totalmente ocupadas.
Siguiendo hacia el norte vale la pena desviarse un poco para pasar por St Augustine, un fuerte fundado en 1658 por los españoles en su lucha contra los ingleses. En la zona también hay callecitas peatonales y muchos negocios pintorescos. Es complicado conseguir estacionamiento, pero la caminata resulta simpática.
De vuelta en la highway, más hacia el norte bordeamos Jacksonville y seguimos por la 95 hacia Georgia. Pasamos por The Landings, una zona muy coqueta en medio del bosque, con autos y casas llamativas. El recorrido terminó en una garita de seguridad y el guardia que, muy amablemente, nos indicó que no podíamos seguir adelante sin ser invitados por una de las familias residentes.
Despechados por el rebote, retornamos hacia el downtown. Ahí nos encontramos con una gran sorpresa: Savannah tiene mucha onda un sábado a la noche. Para más, llegamos justo en los festejos del Oktober Fest y las calles explotaban de gente tomando cerveza, muchos barcitos irlandeses y una costanera repleta.
El hotel
Savannah resultó muy cara para el alojamiento. Quizás haya sido por el Oktober Fest, pero estaba todo por arriba del presupuesto que habíamos fijado, por lo que nos alejamos hacia Pooler. Ahí caímos en el Sleep Inn: muy bueno. 90 dólares por una habitación cuádruple, grande, luminosa y prolija, y un buen desayuno.