Salimos de Savannah temprano rumbo a uno de los momentos más esperados del viaje: el NASCAR. Para ello tuvimos que recorrer unas 250 millas hasta Charlotte, en Carolina del Norte. Estábamos medio preocupados por cómo acceder a semejante evento, donde se reúnen más de 70mil personas que llegan de todo el país en autos y motorhomes; pero la magia organizativa de esta gente nos permitió estacionar gratuitamente, caminar hasta la entrada, atravesar la revisión de bolsos y armas, presentar los tickets y llegar hasta nuestras ubicaciones en menos de 10 minutos.
Rechazamos la oferta de comprar tapones para los oídos a 2 dólares, que vendía un colombiano en la puerta, junto a entradas de reventa. Nos comentó que son muy pocos los latinos que asisten a estas carreras, salvo la que tiene lugar en Daytona (Florida). Una vez adentro, estuvimos al borde de arrepentirnos por el estruendo de esos motores lanzados a 300 kilómetros por hora al final de la recta.
Si hay algo que los norteamericanos logran siempre en este tipo de eventos es la espectacularidad. Para todos los que no somos expertos ni fanáticos, la largada siempre es lo más atractivo de una carrera. Y acá, en NASCAR, por cada choque entra un safety car, lo que implica un par de vueltas en standby, parada masiva en boxes y relanzamiento con todos los autos juntitos. Una locura.
La gente es un espectáculo aparte. Con remeras de los pilotos, con sombreros de cowboy, comiendo panchos y tomando cerveza como si fuera la última noche de la Tierra y gritándoles a los autos. Sí, les gritan, insultan y hacen gestos a los pilotos que pasan a 300 kilómetros por hora. Muchos fanáticos del número 4, que lideró por más de la mitad de la carrera, puteadas y gestos de fuck you para el 18. Y finalmente, todo se resolvió en dos vueltas extra que agregaron por un choque. El ganador: el 78, un tal Martin Truex Jr.
En total, la carrera dura casi cuatro horas, pero no te das cuenta por la cantidad de cosas que pasan y te van llamando la atención. Todo el evento arranca el viernes, con tandas de clasificación y otras categorías. Por las noches hay shows gratuitos de artistas de música country y ferias de entretenimiento. Es muy habitual que las familias se pasen el fin de semana completo en motorhomes o incluso en carpas. Sin dudas, una experiencia única. Por la locura, lo espectacular, lo masivo.
A la salida fuimos directo a la ciudad de Charlotte. Allí descubrimos, una vez más, que estos lugares tienen mucha onda en los after offices. Al menos el Downtown luce muy ordenado, como una réplica prolija y en miniatura del Wall Street neoyorquino.
El hotel
Decidimos probar la afamada cadena de Motel 6. Big mistake. Estaba lo suficientemente limpio y era bastante amplio, pero bastante desgastado. Algunas marcas de humedad en las paredes, las alfombras demostraban el paso de miles de huéspedes… Hasta ahí, nada terrible. Imposible de recomendar, pero pasable. El gran problema: el olor a cigarrillo. Eran habitaciones no fumadores, pero esta gente se para en la puerta de las habitaciones y le da al tabaco a morir. Posiblemente hayamos tenido mala suerte… pero no vale la pena darle revancha.