En la quinta jornada del viaje tocó una de las ciudades en la que más expectativas teníamos: Washington. Salimos tempranito desde Richmond, algo esencial para poder aprovechar el día: a las 10 ya estábamos arriba del bus hop on-hop off, la opción que tomamos para recorrer la capital en las pocas horas que teníamos.
Washington DC es una ciudad-monumento. Mires para donde mires te encontrás con edificios que son algo. Un memorial, una oficina estatal, un museo. Es una ciudad para dedicarle tres o cuatro días, tranquilamente. Ni hablar si te interesa la propuesta cultural, porque el Smithsonian tiene todo. El Newseum también promete. Como gran ciudad también tiene opciones artísticas, musicales y deportivas (The Nationals en beisbol, los Wizards en NBA, el DC United en soccer).
Teníamos la logística resuelta previamente: el auto lo dejamos en uno de los tantos de parkings públicos, en la estación de Clarendon. 10 dólares por todo el día. Ahí nos tomamos el modernísimo subte, que por 2 dólares (más otros 2 para comprar la tarjeta) nos llevó hasta una de las paradas del bus turístico.
El micro te da un pantallazo general de la ciudad y te lleva de punta a punta. Como bajamos en varios lugares y caminamos bastante no llegamos a terminar los tres circuitos: nos quedó pendiente pasar por el Pentágono y visitar algún que otro prócer. Pero en general, pudimos cubrir todo lo esencial. Empezamos por Arlington, el cementerio del ejército. Aunque no entramos, adentro está la famosa Tumba del Soldado Desconocido y la de JFK. Seguimos hasta el imponente monumento a Lincoln: una estatua gigante con un Abraham que te mira fijo. Y el panorama desde ahí es hermoso: todo el parque que llega hasta el Capitolio, al otro lado de la ciudad, recortado por el obelisco en el medio.
Desde ahí arriba, la sensación fue la de estar viendo una ciudad con fisonomía similar a la de París, con edificios atractivos que quedan alineados entre sí, con grandes parques como si fueran los Campos Elíseos, avenidas muy anchas. No hubiese hecho esta mención por temor a los comentarios de los europeístas, pero parece que no estaba tan loco: el arquitecto que diseñó la Ciudad Federal fue Pierre Charles L’Enfant, quien se recibió y empezó a trabajar en París. He ahí una conexión.
De Lincoln caminamos hacia el obelisco. Es el monumento a George Washington, primer presidente de los Estados Unidos, el edificio más alto de la ciudad. Normalmente, se puede subir a ver la vista, pero está en refacciones hasta el 2019. Luego, la Casa Blanca. Se la ve chiquitita, a la distancia y detrás de varias rejas. Parece mentira que en un edificio prácticamente insignificante se decida buena parte de la suerte mundial…
Algunos tips: venir preparado para caminar muchísimo y no olvidarse del protector solar. No es una ciudad fácil para los chicos, salvo que sean fanáticos del a historia o algo así. Una gran opción para apreciar la ciudad es recorrerla en bici.
Un día tremendo, con mucho calor. Al mediodía almorzamos en pleno Downtown en Jimmy John’s, una cadena de sandwiches riquísimos: entre los mejores subs de pavo que recuerde mi paladar. A la tarde, un poco de caminata por el centro y otra vez al bus, que nos llevó a la sensacional zona de Georgetown, con todas las marcas grosas de ropa en locales reciclados y muy atractivos. Cruzamos todo DC para bajar en Union Station y seguir hasta el Capitolio. Hermosa vista desde la colina.
Exhaustos, volvimos al hotel (en realidad, recién ahí hicimos el checkin!) para una ducha, un relax de 10 minutos y back to the car para una recorrida nocturna. Todos los monumentos iluminados, asombroso. Nos negábamos a terminar el día y terminamos comiendo hamburguesas en un restaurante con la típica jukebox en cada mesa. No conocemos ningún músico famoso de la ciudad, así que elegimos “Say, say, say”, de Paul con Michael Jackson. Gran cierre para un gran día.
El hotel
El Inns of Virginia Arlington está muy bien. A 5 minutos en auto de todos lados. Como todos estos hotelitos lowcost, limpio, prolijo, ordenado, y sin pretensiones.